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jueves, 30 de abril de 2015

Afinidades

Lo conocí en una librería. Bueno, no, en realidad fue en la puerta de una librería. Oye, tampoco hubiera sido tan raro que yo estuviera en una librería, bueno, en esa sí, porque no venden cosas que a mí me gusten, un día fui a por el libro de Jane Fonda y no lo tenían, así que, hace poco, el de Mariló Montero lo fui a buscar directamente al Corte Inglés. Sí, sí, perdona, sigo. A él lo conocí en la entrada de la librería que queda justo enfrente de mi gimnasio. Los dos estábamos esperando, el junto a la puerta de la libraría y yo junto a la del gimnasio. Me pareció guapo, con sus gafas de pasta y su barba bien recortada, así que me acerqué, ya sabes que yo no soy nada tímida, y le dije «y ¿si pasamos de ellos y nos vamos a tomar una caña?». Se rió y, aunque dudó un poco, accedió enseguida. Fuimos al bar de Jesús y allí estuvimos tomando cerveza y abortando conversaciones. Nada, no teníamos absolutamente nada en común de lo que charlar, así que nos prestábamos una atención total y recíproca en cada una de nuestras disertaciones. Creo que nunca me he aburrido tanto, pero tampoco me he sentido tan libre y tan sabia al hablar. Desde aquella cita espontanea han pasado ya diez años. Las afinidades están sobrevaloradas. No conozco ningún otro matrimonio al que le vaya mejor que a nosotros. 

Benoit Courti



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